La montaña es un lugar que tengo incrustado en mi propia piel

Una entrevista con Charlène Favier

Tras la belleza de los nevados se esconde un halo de muerte. En ese escenario fatídico se desarrolla Slalom (Al limite), la primera película de la directora francesa Charlène Favier, un filme en el que  quedan trazados los desafueros y apegos humanos mientras una deportista zigzaguea hasta llegar a su propio límite.    

 

Entrevista por Joseph Rueda y Vivian Arévalo.

Fotografías de Manuel Arteaga Eraso.

POR El Malpensante

Noviembre 18 2021
Fotografía Manuel Arteaga Eraso

Fotografía Manuel Arteaga Eraso

El movimiento de las cámaras, la escogencia de las locaciones, los actores y los parlamentos no son lo único que determina la naturaleza de una obra audiovisual. Una película también es un diálogo con la pintura y la fotografía. Aquel recurso pictórico que prevalece en Slalom (Al límite), ópera prima de Charlène Favier, formula un fuerte interés por el significado de una escala colorimétrica: ¿cómo comunicar a través de los colores?

El Malpensante habló con Favier, invitada a la vigésima edición del Festival de Cine Francés, celebrada del 23 de septiembre al 13 de octubre en Bogotá, sobre el significado del color en su propuesta visual y cómo nació la historia central de Slalom entre Liz (la deportista) y Fred (el entrenador).

 

El Malpensante: Quisiéramos iniciar esta conversación teniendo en cuenta algo que mencionó en la inauguración del Festival de Cine Francés en la Cinemateca Distrital. Usted dijo que había usado un recuerdo de su adolescencia para construir una parte de la película. ¿En qué momento resuelve usar parte de su adolescencia? ¿Qué fragmentos de la misma usó para la composición del guion? ¿Qué originó la película?

 

Charlène Favier: No fue una decisión propiamente. Las cosas me llegaron, me vinieron; fue como una necesidad, pero uno no sabe exactamente qué es lo que va a escribir. Las cosas salieron de mí, así, de pronto; fue un periodo de mi vida en el que tuve la necesidad de contar lo que me había pasado. Todo comenzó cuando entré a un centro de escritura y ahí tenía que escribir; estaba en una escuela de cine, era un programa de un año al que me había inscrito y debía escribir. En ese lugar teníamos que trabajar sobre un tema e inicialmente pensé en dos que no se relacionaban mucho con esto, y poco a poco me di cuenta de que esos dos proyectos no me gustaban a fondo. Lentamente fueron llegando los elementos de Slalom, había muchos recuerdos de mi adolescencia: la montaña, el esquí, la relación con el entrenador, en fin, todo llegó progresivamente. Pasé cuatro años escribiendo el guion. Ingresé en el 2014 a esa escuela de escritura, de modo que el proceso fue largo porque debía tomar conciencia de lo que estaba creando. No sería algo inmediato.

Luego encontré un productor que me acompañó en todo el proceso. Él comprendió muy pronto de qué hablaba yo cuando todavía no tenía claro qué estaba creando. Estaba negándome a la historia que componía. Después buscamos financiación, lo cual fue muy complicado, nadie quería apoyar esta historia. Eso fue un año después del surgimiento del movimiento “Me Too”, que se dio en el 2017. En 2018 comenzamos a recibir las primeras financiaciones.

 

El Malpensante: Usualmente las historias de abuso sexual se centran en las relaciones entre la víctima y el victimario, y suele dejarse de lado el lugar donde sucede todo, el escenario pasa a un segundo plano en la historia; es subsidiario del suceso. Sin embargo, el paisaje que escogió para la película parece ser parte fundamental del evento de abuso. ¿Qué diría acerca de la relación entre el caso de abuso y la escenografía?

 

Charlène Favier: Es cierto que para mí era muy importante, a fin de cuentas, que la historia sucediera en la montaña. La misma historia la hubiera podido contar en una piscina, practicando un deporte como el yudo, en un gimnasio, en fin, esa historia puede suceder en cualquier lugar. Sin embargo, más allá de la narración de la historia, quería filmar en ese escenario que fue donde crecí. En esas montañas. La montaña es un lugar que tengo incrustado en mi propia piel. En ese pueblo, que tiene cien mil habitantes, observaba durante mucho tiempo la montaña por las noches, y al salir por la mañana siempre me pareció que ahí había algo muy fuerte, muy luminoso, porque la montaña puede ser bellísima como Fred al comienzo de la película. Él es guapo y fascinante, y en otros momentos puede generar angustia. Una montaña puede destruirnos, matarnos. Ese es un sentimiento que yo también he tenido con la montaña. Mis padres son artistas y hemos esquiado juntos, y cuando vamos a la montaña pensamos que algo puede pasarnos; puede haber una avalancha, hay un riesgo permanente, de tal forma que me parece interesante [el contraste de la montaña con] la relación entre Liz y Fred. La montaña tiene un lado místico, espiritual en la película.

En momentos claves, Liz mira hacia la montaña. Por ejemplo, cuando sale del automóvil, después de que su madre le anuncia que no estará con ella en Navidad. Allí se siente abandonada, cuando mira la montaña como buscando una respuesta, como queriendo encontrar fuerza, como si fuera un reflejo de su alma. Me gusta mucho esa relación un tanto mística con la naturaleza. En ese momento incluso la imagen de la montaña es bastante bella, hay un poquito de sol, es apacible, y el espíritu de Liz le está diciendo “no te preocupes, no es grave, sigue adelante con tu objetivo porque eso es más importante”. Más adelante, cuando la relación con Fred se vuelve tóxica, ella se va hacia la montaña pero ahí el escenario es más sombrío e inquietante. Da a entender que hay peligro. Trato de establecer un diálogo entre Liz y la montaña como si fuera un diálogo con ella misma.

 

El Malpensante: Hay un punto poético en la película. La aparición del lobo en la montaña y del entrenador señalándolo que puede ser una referencia a Caperucita roja. ¿De dónde sale esa alusión?

 

Charlène Favier: Cuando era niña leía muchos cuentos. No teníamos televisión, vivíamos en la naturaleza, leía mucho y me parece que eso pudo haber quedado impregnado. No quería que Slalom fuera una película naturalista o muy realista, deseaba que fuera un tanto fantasmagórica, onírica, la imaginaba como un cuento. No como ese cuento con el príncipe y su princesa, sino la otra cara de los cuentos. Pensé que podría ser interesante buscar elementos de las narraciones que nos cuentan cuando somos niños, e integrarlas a mi historia. Las cosas que ella dice siendo casi una niña también las tiene en su cabeza. Más adelante seguramente recordará los eventos vividos, y cuando se es adolescente súbitamente aparecen las cosas, pareciera que uno se cuenta historias, como si estuviera viviendo una película. Aquí el lobo puede ser un símbolo simple, pero su presencia me resultó muy diciente. Además, en la estación de esquí donde crecí hay cada vez más lobos. De hecho, los lobos han estado desde siempre en Francia y recuerdo que cuando voy caminando por el bosque tengo la impresión de ver lobos por ahí.

 

El Malpensante: Algo muy interesante de la película es que se percibe una codependencia entre Liz y su entrenador. ¿Quizá cuando creaba el perfil de Liz pensó que esa relación se justificaría por la ausencia de una figura paterna, ya que ella ama a su entrenador casi como a un padre?   

 

Charlène Favier: Claro. Ella se siente fascinada con su entrenador, pero no siente atracción sexual. Lo que quiere es una presencia que la reconforte, podría ser un padre e incluso una madre porque cree que su madre tampoco está ahí. Más allá de eso, busca a alguien que se interese en ella, que la impulse para ser mejor, que le dé un objetivo, porque en la adolescencia muchas veces no tenemos mayores objetivos. Entonces es sencillo dejarse embarcar en el objetivo de alguien más súbitamente, seguir una guía o un camino que ya casi está trazado. Me parece que ella se sujeta a Fred porque está demasiado sola. Acá la dependencia va en ambos sentidos y es cierto que él, cuando la ve al inicio, no piensa en hacer el amor con ella; la ve y cree que con ella logrará algo porque es una chica con potencial para el deporte. Inconscientemente él satisfará  su frustración deportiva. Sufrió una lesión que le impidió continuar esquiando y nunca fue a los juegos olímpicos. Finalmente, si él va con Liz pensará que tuvo éxito hasta cierto punto. Así que al comienzo de la película solo se trata de dos personajes que quieren ascender, hasta que el objetivo de parte del entrenador se sale de su curso.   

 

El Malpensante: La película muestra una composición bastante curada de los colores, las escenografías y los paisajes. Hay una entrevista para el Lincoln Center en la que usted dice que le gusta pensar sus obras como composiciones artísticas. ¿Qué tipo de referencias visuales tuvo para la dirección artística? ¿Qué referencias visuales existen en la película?

 

Charlène Favier: Hay un fotógrafo que me encanta, se llama Todd Hido, es estadounidense. También hay pintores que acuden al color. Todos los impresionistas. Esas corrientes que han querido trabajar con colores vivos, colores complementarios. Hay muchas influencias de este tipo. Sobre todo de la fotografía y de la pintura.

 

Fotografía de Manuel Arteaga Eraso

Fotografía Manuel Arteaga Eraso

 

El Malpensante: Y la composición de los colores tiene que ver con la emoción de los personajes. ¿Cómo curó esa composición colorimétrica en el filme?

 

Charlène Favier: Sí, fue muy importante el tema del color en la película. Yo, generalmente, tengo la impresión de que los colores pueden impactar en la psicología de los espectadores. En otras palabras, si estuviéramos aquí en un salón totalmente rojo, por ejemplo, pienso que no tendríamos el mismo estado emocional. Y por eso en la película traté de poner toquecitos de rojo hasta que llegó el clímax, cuando Fred ya realmente ha cerrado ese cerco. Al comienzo, quizá el espectador no ve mucho el rojo; son toquecitos, son pinceladas, pero creo que en el fondo va actuando. Es como una pequeña señal que cada vez va creciendo, haciéndose más fuerte.

Por ejemplo, en el vestuario. Liz, al inicio, va vestida de rosado pálido, y a medida que avanzamos en la película se va oscureciendo el color de su ropa. Hasta la escena del lobo en la que tiene, precisamente, su chaqueta roja. Y si miramos toda la parte del vestuario, cada vez va subiendo la tonalidad en un nivel, va aumentando. No quería que fueran cosas que todo el mundo estuviera viendo, pero sí quería que fueran cosas que actuaran de manera sorda, por debajo.

Ahora, también está la oposición azul-rojo. El azul hace alusión a la plenitud, al sueño y el rojo es violencia, deseo. Son colores opuestos, pero, al mismo tiempo, son complementarios.

 

El Malpensante: ¿Qué representa el color blanco? El blanco aparece casi en toda la película; parece estar fuertemente relacionado con las emociones de Liz.

 

Charlène Favier: De hecho, para ser honesta, no pensé mucho en el blanco. Porque el blanco estaba ahí todo el tiempo. Había muchísima nieve allí en la montaña. Al mismo tiempo… sí, puede haber un vínculo con la virginidad, quizás.

Cuando las cosas son blancas todo es posible. Además, el blanco nunca es blanco: el blanco puede ser gris, puede ser azul. En la montaña, por lo menos, el blanco nunca es blanco.

 

El Malpensante: ¿Cómo llegó al final de la película? Porque parece que Liz es un personaje bastante contradictorio y al final termina rompiendo de manera abrupta su relación con el deporte y con el cariño que había establecido hacia su entrenador. Entonces, ¿cómo llega a ese final?, ¿imaginó otros posibles finales?

 

Charlène Favier: Sí, pensé en muchos finales posibles. No fue fácil encontrar el buen final. Realmente decidí que ganara la carrera para que, de todas maneras, dijera: “Caramba, no fue en vano”. Y lo que me pareció interesante es que está en un estado en el que se siente orgullosa de sí misma pero, tan pronto llega Fred, vuelve a sentirse mal. Y eso forma parte del hecho de que luego dice que no es una señal. Fíjese: está contenta, y tan pronto lo ve a él, se asfixia, pierde su compostura, sus medios, se desbalancea. A mí me pareció que era la mejor forma de llegar al final de manera realista. Hace un rato me preguntaron si ella le habría podido contar lo que le pasó a la compañera de Fred o le hubiera podido contar a su mamá o a los periodistas, pero finalmente no lo hizo porque, en la realidad, muchas veces uno tarda veinte años en comprender lo que le pasó. En el momento mismo uno es incapaz de contar o de decir lo que le pasó.

Con frecuencia, cuando uno oye relatos de ese tipo también oye a los periodistas preguntarle a una víctima por qué esperó tanto tiempo para decir que sufrió un abuso o por qué esperó diez o quince años para hacerlo o por qué no lo dijo antes. Eso es porque es imposible de decirlo antes. Uno sigue de todas maneras bajo esa denominación, bajo cierto miedo también.

Ahora, yo pensé: ella no sería capaz de contar lo que le pasó, pero sí sería capaz de decir no. Una sola palabra. Por eso escogí ese final. De lo contrario, yo pienso que el final no hubiera sido digno de credibilidad si ella lo hubiera contado todo.

 

El Malpensante: Hablando de la decisión sobre el tipo de final que escogió, últimamente se ha discutido el papel que tienen los artistas (escritores, directores, guionistas)  para llenar el vacío narrativo que existe en las historias sobre violencia machista. Parte de esa solución es permitir que las víctimas hablen. Usted, como directora y como mujer, ¿cómo cree que se puede contribuir con narrativas más reales sobre el abuso machista?

 

Charlène Favier: Haciendo películas como esta. Para mí, esa es una manera de contribuir. No lo hice para contribuir a un movimiento porque esta película casi que la había escrito antes [del MeToo]. Pero esta película ya forma parte de un movimiento y me parece genial. Lo seguro es que, una vez tomé conciencia de lo que estaba escribiendo, me dije a mí misma: no estoy haciendo una película solamente para mí. Pensé mucho en el público. Pensé en hacer una película que pudiera abrir un debate, una discusión y cambiar un poquito el mundo, por lo menos con respecto a este tema.

 

El Malpensante: Es un acercamiento muy honesto, muy real. Hay algo muy particular en su película con respecto al modo en que una víctima decide hablar o no hablar de su abuso. Eso es muy interesante de su película, pues asume la responsabilidad de contar historias concretas, fidedignas.

 

Charlène Favier: Sí, y menos maniqueístas. Eso es, al mismo tiempo, más complejo, pues está más cercano a la realidad porque la realidad es compleja.

 

 

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